Capítulo VI
Los emuladores
La noche era
joven y “El GenGar” guardaba una sorpresa tras su puerta de metal. Chimalltlin
se despidió de Lego sólo para encontrar de pie, en hilera frente al escenario,
un grupo de entrenadores (debían serlo) que él nunca había visto por aquellos
rumbos. Lo único que los distinguía como grupo era que todos llevaban, en
modelos tan variados como sus dueños, computadoras portátiles.
Todos estaban atentos a uno
sólo, el único que sí era conocido por los duelistas del GenGar y que se
distinguía siempre por la pulcritud de su traje color crema, en brillo satinado
de perla. El joven revolvía una paleta con la lengua mientras sus manos se
aplicaban a una tarea de tecleo constante frente a su propia portátil, cuyo
color compartía con el saco y (todos lo sabían) con el Nintendo DS del usuario.
El resto de los comensales del
GenGar se habían arrellanado en la periferia del bar, las sombras y el humo de
cigarro también daban la sensación de
crear un marco para los ahí reunidos. Los nuevos, los de las computadoras, no
parecían sentir la tensión o el aire de trampa que tenía el asunto. Excepto por
uno, que con los ojos no dejaba escapar ni un detalle del lugar. Aquel que fue
el único que espetó, en medio del silencio:
—¿A qué hora vamos a empezar?
—En un minuto. Estamos esperando al organizador —respondió el del saco
perlado sacando la paleta de su boca.
—Se hace tarde.
—Avisamos que terminaría tarde. Cálmate, bro. Tengo que cargar el
programa.
Chimalltlin, además de ser un cliente frecuente del GenGar, era observador
y curioso, le gustaba juntar información pues eso lo hacía sentir un paso delante
de los demás. Sabía, por ejemplo, que el hombre del portátil era Perla, miembro
de la Liga del Centro, un habilidoso hacker que se escondía tras una pinta de
frivolidad y estilo, homosexual sin prejuicios ni ofensas que sabía más de lo
que él demostraba, seguramente por conveniencia o alguna orden. “Entre
ingenieros nos conocemos” pensaba Chimalltlin. También conocía a la chica del
cabello azul sentada a espaldas de Perla. Dos veces la había derrotado en su desafío
al Proyecto Líderes. Era testigo de las batallas de Plata y Alma, del liderazgo
de Rojo, del misterio del Rubio. Quería ubicar a todos los miembros de la Liga
del Centro. Por eso reconoció a Azul en cuanto cruzó la puerta.
Un rumor sordo se extendió entre las mesas, expectación que no
compartieron los que cargaban su computadora.
Detrás del caballero entraron el Rubio y Rojo, cada uno con sendos
tragos. Plata y Alma dejaron los instrumentos y uno de los meseros le alargó
una copa de vino a Azul que, apoyado en su bastón, intercambió algunas palabras
con Perla antes de dirigirse hacia el grupo de las computadoras.
—Antes que nada les ofrezco una disculpa, amigos míos. Ciertos negocios
personales retrasaron mis planes y la ciudad no ayuda en nada a un hombre con
prisa. Pero ya estoy aquí y ustedes también, así que empecemos con nuestro
pequeño evento. ¡Salud!
Algunos comensales lo acompañaron con el trago, Chimalltlin levantó su
soda por impulso y sonrió por la incomodidad de los tipos que seguían de pie,
sin bebida ni asiento. Azul no notó la frustración de ellos o más bien se regocijó
en ella, le dio su copa vacía al mesero que le seguía a todos lados, luego jaló
una silla con el bastón y se sentó. Bastón y sombrero pasaron de sus manos a
las de Rojo que formaba junto con el Rubio una pequeña escolta.
—El aire está tenso, como cuerda de violín. La aguda. Quiten esa cara de
duda, por Dios, como si no supieran qué hacen aquí. Me alegra ver que todos
respondieran positivamente al correo que enviamos, odio las decepciones y no
tenerlos aquí reunidos hubiera sido una grande. Ahora que, si se sentían
excepcionales, al lado de ustedes tienen un montón de personas que les harán
ponerlo en duda. Clientes distinguidos del GenGar, les presento a los
veinticuatro jugadores de élite en emuladores de pokémon.
Algunos en el bar rieron, otros no sabían cómo tomarlo. Chimalltlin había
oído, más de una vez, que la liga del centro no toleraba las copias de los
juegos de ningún tipo. Una nueva copa de vino llegó hasta Azul.
—Tú —dijo apuntando el recipiente hacia el muchacho que habló con Perla—,
¿has leído a Goethe?
El muchacho negó con cara de aburrimiento. Azul se pasó el pulgar por el
bigote y dio un trago al vino.
—Alemán. Romántico. La corriente artística, no de lo otro. Él escribió Fausto, obra larguísima, un simil de la
obra de Marlowe pero con todos los tópicos del Sturm und Drang. En fin, Goethe dijo alguna vez “La originalidad no
consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido
dichas por otro.”
La impaciencia podía palparse y Azul debió notarlo pues hizo un cambio
abrupto en su voz y se levantó.
—Enciendan sus computadoras, por favor. Notarán que la red inalámbrica
del GenGar está a su disposición así que les pido que se conecten. Perla, por
favor.
—Hemos enviado un correo con un link para el servidor de la Liga del Centro,
ábranlo introduciendo sólo su nombre de usuario en el emulador.
Azul vació la copa, divertido y atento a sus interlocutores que no sabían
dónde apoyar la computadora. El chico impaciente se acercó a una mesa y sin más
se sentó. Los demás, amedrentados por la mirada del Rojo, no sabían si imitarlo
o si hacían lo correcto. Perla tecleó un poco más.
—Una solicitud de enlace ha sido enviada a todos, la verán una vez que
accedan al emulador. Necesito que den acceso a la información, sólo es para
poder comunicarlos, sus archivos personales y unidad C en general están a
salvo.
—¿Cómo va a ser el torneo? —preguntó el que se había sentado, cargando
prisa. Azul devolvió la copa vacía.
—¿Qué versión juegas?
—Uso quinta generación.
—¿Empezaste en la quinta?
—No, primero jugué Esmeralda.
—¿En emulador?
—No siempre alcanza para el cartucho.
Azul tomó el bastón de manos de Rojo y se acercó al muchacho.
—¿Te gusta jugar pokémon?
—Pues claro.
—¿Por qué?
—Porque sí. Está divertido. Es padre.
Azul jaló otro banco con el bastón y se sentó frente al muchacho.
—Juegas el emulador desde hace menos de un mes. Has buscado retadores de
toda américa latina y eres de los pocos que han accedido a servidores
norteamericanos y alemanes. En una tabla mundial estás entre los primeros cien
lugares. Dicen que has perdido menos de diez veces, que pocos te ven usar más
de tres pokémon y que valoras el ataque especial y la velocidad en todos tus
equipos, los cuales son, según sé, cinco diferentes. ¿No?
Hubo un pequeño silencio.
—Sí.
—Aquí la pregunta es, ¿cómo consigue alguien llegar tan lejos en un juego
que depende del azar en tan solo un mes?
El chico lo miró sin parpadear.
—Las facilidades de los emuladores.
Azul sonrió y se levantó.
—Terencio, comediógrafo latino, era dramaturgo como Goethe. Él dijo que “todo
lo que digamos ya fue escrito”. Es decir, de algún modo estamos imitando a
alguien más, ¿no? De algún modo partimos de algo que ya fue hecho. No podemos
ser cien por ciento originales. Sin embargo, una cosa es valernos de algo que
otros hayan hecho, y otra cosa es tomar provecho de su inventiva. Pasar sobre
lo que han hecho los demás. Si me preguntas, eso es lo que me parece injusto.
Azul tomó la siguiente copa de vino, se relamió el bigote.
—Ustedes son los veinticuatro jugadores con mejor reputación, al menos de
la ciudad. Y el que ha durado más en el juego no inició hace más de tres meses.
Para alcanzar el nivel que ustedes tienen, un jugador de consola debería jugar
de contino diez horas al día, lo que te deja tiempo sólo para comer y dormir.
Esas “facilidades de los emuladores”, como tú les llamaste, acortan el trabajo
y el esfuerzo. Te dejan con la recompensa y evitan la fatiga, ¿no?
Chimalltlin miró de reojo a los clientes. Todos se revolvían con
discreción en sus asientos en cuanto uno de los meseros se acercaba a
hablarles.
—En general, y aquí hay testigos que te lo pueden probar, no me gusta
presumir, pero fui de los primeros entrenadores en el país. Entrenadores de
verdad. Compré mi primer juego en el primer embarque de la primera generación
que llegó a este lado del charco. Y aún lo conservo. Soy un pionero en ese sentido,
y desde entonces he vivido el esfuerzo que requiere un juego. El esfuerzo que
requiere tomarse un juego en serio. He entrenado a lo largo de cinco
generaciones y últimamente algo que no me parece justo son los entrenadores
como ustedes que sólo teclean dos o tres palabras y obtienen en forma de
quimera lo que otros debemos buscar a base de horas.
—Por favor, guarda tus cartuchos en la caja de plomo bajo la televisión
—le dijo el mesero al acercarse a Chimalltlin para recoger el vaso de soda—.
Que nadie se dé cuenta.
—Es un juego —le espetó el muchacho, confundido.
—No por mucho tiempo, compañero —Azul se acabó de un trago la nueva
copa—. El Proyecto Líderes está revolucionando el concepto de entrenamientos
pokémon. Estoy un poco cansado de que insistan que esto es un entretenimiento inútil.
Inofensivo. Mi plan se ve obstaculizado por su ridícula simulación de poder, los
emuladores, como los hacks, representan una amenaza para los entrenadores de
verdad.
—No me voy a quedar a escuchar a este pendejo decir sus mamadas —dijo el
muchacho y cerró de golpe su computadora. Azul golpeó con el bastón en el suelo
y antes de que el muchacho pudiera llegar a la puerta, el Rojo le cerró el
paso.
—¿Sabes lo que es esto? —dijo Azul levantando su cabeza un dispositivo
que parecía una memoria USB muy grande con dos luces rojas—. Es una bomba.
Inofensiva para nosotros, pero no para lo que queremos. Seguramente han oído de
los Pulsos Electromagnéticos.
Varios de los ahí reunidos intercambiaron cuchicheos nerviosos.
—Si alguno de ustedes se le ocurre cerrar su computadora o intentar
salir, activaré esta bomba y todo dispositivo electrónico a cincuenta metros
resultará seriamente dañado.
Todos miraron al muchacho con aprensión.
—Ya oíste. Abre tu chingadera —le ordenó Rojo.
Tras un segundo de tensión, el muchacho volvió a la fila y abrió la
computadora. No volvió a sentarse.
—Los veinticuatro mejores emuladores son, también, aquellos que tienen
más contacto en la red con otros jugadores del mismo estilo. Pongamos, como
ejemplo, que cada uno de ustedes tiene cincuenta contactos distintos. Esos son
mil doscientos jugadores que a su vez tienen, al menos, diez contactos cada
uno. Doce mil usuarios amenazan este proyecto y no puedo dejarlo seguir así
como así, ¿verdad? Perla, adelante.
El hacker movió la mano elegantemente hasta la tecla “Enter” y un
disparador troyano invadió las veinticuatro computadoras enlazadas a ella. A
ritmo de cincuenta por segundo, la computadora disparó archivos gusano que se
infiltraban en la memoria de los emuladores y se reproducían en cada pantalla
para salir disparados nuevamente hacia los contactos de cada uno de ellos. Era
una red de veinticinco cerebros contaminados dispersando una infección electrónica.
Los jugadores miraban con horror la inutilidad de sus antivirus y cómo una
pantalla de MS-DOS verificaba el proceso de destrucción.
—“La originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas
como si nunca hubiesen sido dichas por otro.” Un emulador es tomar las palabras
ya dichas y trastornarlas para que no digan nada, para que pierdan la esencia por
la que fueron concebidas. En este momento, más de doce mil usuarios están
siendo localizados, al menos setenta y dos mil pokémon apócrifos, conseguidos
de manera imperfecta, son borrados. Registros enteros de batalla se pierden
para siempre. Así de endeble es el poder, ¿se dan cuenta? Y todo por imitar,
por saltarse los pasos y los obstáculos que otros nos atrevemos a cruzar.
—Estás pendejo —le dijo el muchacho sudando de enojo—. ¡Pinche freak! ¡Cómprate una vida cabrón!
¡Déjanos en paz!
Silencio. Azul lo miró fijamente y jugueteó con la Bomba IEM.
—Ya tengo una vida, gracias. De hecho, tengo muchas vidas. Me gusta tener
más de una versión.
—Listo, Azul —Perla tronó las articulaciones de sus dedos—. Los gusanos
están en la red. Sólo deben abrir su cuenta para que el virus se dispare y
borre su información y ataque a sus contactos.
Luego abrió un paquete de chicles y masticó dos.
—Entiendo que en este momento deben odiarme, pero por favor, contengan
cualquier impulso agresivo. No es necesario recurrir a la barbarie para esto.
La Liga del Centro nunca quita nada, sólo intercambia.
Perla tomó un portafolio muy grueso, cerró su computadora y la metió
dentro.
—Afuera, en el bar, el hombre que los recibió tiene órdenes de pagarles
una pequeña indemnización por los problemas que esto les va a causar.
—Yo no quiero nada —continuó el otro muchacho—. Al fin que los emuladores
son gratis.
—Me apena mucho que hayas renunciado a tu derecho de indemnización —Azul
hablaba con mucha calma, demasiada para las amenazas que lanzaban todos los
presentes con sus ojos—. Créeme, lo ibas a necesitar. No soy idiota, sé que si
no les daba una lección, cualquiera se atrevería a volver a descargar el
emulador. Pero el castigo impone un modo de conducirse. Conserven el cascarón.
Al menos como recuerdo.
Perla cerró los cuatro seguros del grueso maletín de plomo que protegía
su computadora.
—Gracias por venir.
Chimalltlin cerró a tiempo el cajón de plomo. Los meseros habían
protegido las televisiones y las consolas. Plata y Alma guardaron sus
instrumentos tras el escenario. Las barreras de plomo protegieron sus aparatos
de aquello que afectaría a las veinticuatro computadoras del bar. Azul presionó
con el pulgar la bomba y la dejó caer a sus pies. Un zumbido cruzó el aire
mientras un cosquilleo les recorría la espalda a todos. La ola magnética apagó
la simulación de vida en los aparatos que no tuvieron la suerte de ser
protegidos.