Capítulo IV
Una reta es una reta
30 horas
antes.
—¿Y si pierdo? Me los va querer cobrar a mí.
—¡No! Te digo que al que yo vi no le quitaron nada.
—En lugar de estarlos viendo te hubieras apurado, tenía un montón de sed.
—Pues me hubieras acompañado por las cocas.
—¿Y quién cuidaba los DS?
El timbre sonó en todo lo ancho del patio.
—Ah, maldición, ¿ya ves? Ni terminamos.
—Bueno, me desconecto yo, ¿pero entonces? Les dije que a la salida.
—Es que no puedo llegar tarde, a mi mamá no le da confianza.
—¡Pues por eso, los acabamos rápido! Ándale, ándale, ándale, di que sí,
di que sí, ¡rápido! ya me tengo que ir.
—Órale.
—¡Nos vemos a la salida! —y Roberto se echó a correr hacia los salones de
segundo grado. Pedro lo vio pasar a lado de la maestra de Física y se resignó a
pasar las próximas dos horas oyéndola hablar del Sistema Internacional de
Medidas.
Se apartó de la puerta en el momento en que entraban a empujones varios
de sus compañeros, usando los suéteres cafés de cinturón o látigos; reían con
la cara brillante y el cabello húmedo. Pedro adivinó que habían ganado la reta
contra los del grupo C.
Él no jugaba con ellos y esto no le molestaba. Llevaba casi dos meses en
el Distrito Federal y ya era conocido en todo el grupo por sus gustos extraños:
manga, animé, juegos de cartas y, claro, pokémon. No encontraba mucha
compatibilidad en salir a jugar fútbol con los demás, y ciertamente no le hacía
gracia cuando corrían por todo el patio, suéteres en mano, cazando a algún
desafortunado que, apenas se detenía, era víctima de un castigo general
disfrazado de juego.
Pedro era, la mayoría de las veces, simplemente ignorado. Y era lo mejor.
Se mudó con su familia desde Reynosa por asuntos del trabajo de su padre que,
todo el tiempo les repetía (y en ello era muy puntual), no tomarían más de año
y medio. Además, por todos aquellos con los que no había hecho buenas migas,
hubo uno que le hizo plática desde el primer recreo que lo vio jugando en su
consola.
Roberto era un año menor que él, y si Pedro se consideraba hiperactivo, el
otro tenía una imaginación de vértigo. Al segundo día, ya se estaban retando
para ver qué tenía que ofrecer un entrenador de Tamaulipas contra un
capitalino, y su amistad quedó sellada desde el momento que vieron que ambos
jugaban la versión Negro.
Avanzaba la clase y el aburrimiento de Pedro, lo que le ponía más ansioso
de un duelo. Nada eliminaba la pequeña cosquilla de imaginarse regañado por
llegar tarde a casa, pero una reta era una reta y un verdadero entrenador,
pensaba para sí, no se podía negar a esas cosas. Mucho menos porque Roberto le
había contado que eran dos retadores nuevos pero muy buenos, y por eso pagaban cien
pesos al que pudiera vencer a uno de ellos.
Entonces repasó la estrategia en su cabeza. A veces sentía un atisbo de
culpa, podía memorizar las estadísticas de su equipo, sabía entrenar pokémon
como muy pocos, conocía las naturalezas más favorables, pero las cosas en el
pizarrón simplemente se le pegaban poco a la cabeza. Carecían de interés para
él.
Una reta era una reta.
Química,
Historia, dos horas de Taller eléctrico. Salida.
La puerta de la secundaria se abarrotó de estudiantes alegres, suéteres a
la cadera, fotografías de celular, empujones, refrescos semi vacíos, mensajes
de texto, gritos, insultos, apodos.
Afuera, una avenida poco transitada de carriles estrechos con un límite
de velocidad de 20 km. por ser zona escolar y un camellón con juegos tubulares,
columpios y bancas eran el escenario para que los alumnos distendieran el
hastío de las clases; no se hizo esperar el regocijo del viernes, y varios
grupos platicaban alrededor de bocinas conectadas a celulares, comían frituras
o aprovechaban la ausencia de coches para jugar con los balones que no les
habían confiscado en la escuela.
Apenas cruzó el umbral hacia la calle, Pedro vio a Roberto que lo
saludaba entre brincos a orillas del camellón. No alcanzó a estar cerca de él
cuando el niño echó a correr hacia una banca a la sombra de un eucalipto, donde
un pequeño grupo estaba reunido, brillando entre los demás por su calma y aparente
inactividad. Todos tenían inclinada la cabeza. Pedro adivinó que miraban
consolas.
El centro de la atención eran dos muchachos que habían remplazado el
suéter y la camisa del uniforme por playeras de manga corta, uno de negro y el
otro de blanco, los mismos colores de los paliacates que llevaban a la cabeza.
Los dos muy serios, concentrados en el juego y sobretodo nerviosos. A cada
momento secaban las manos en la rodilla del pantalón, y mientras los retadores
o sus amigos soltaban algún comentario, una risa o una burla, el único amigo
que ellos llevaban se limitaba a dar anotaciones del tipo “ya sabes qué hacer”,
“acuérdate” o “no me digas que no se te ocurrió” con un tono demasiado rudo para
lo pequeño que era.
Pedro intuyo que ese chico de sudadera amarilla debía ser de primer año.
—Fuera —dijo el niño apenas con una sonrisa, cuando el chico de blanco
terminó el duelo—. Gracias por participar, amigo, pero hoy no te llevas el
dinero.
—De no ser por ese güey ni hubieras ganado —dijo el derrotado con rencor,
señalando al niño de amarillo.
—Y si le hubieras ganado, ni te hubiera importado que “éste güey” le
hubiera dicho qué hacer, ¿no? Pues órale, ábrete. ¿Quién sigue?
—¡Nosotros! —gritó Roberto.
—¿Los dos? —después de una revisión rápida, el niño se volvió hacia el
chico de negro—. ¿Ya mero?
Pero el otro se llevó una mano a la cabeza mientras su contrincante celebraba
con los demás. Había perdido. Sin esperar más respuesta o explicación, el niño
sacó un billete de cien de la sudadera y se lo alargó al retador.
—¿Me dejas ver tu equipo? —preguntó sin mayor intención. El otro cambió
la consola por el dinero. Amarillo capturó una imagen del equipo con la cámara
de su celular y devolvió el DSi a su
dueño—. Gracias. Bien peleado.
Pero dejó salir una nota de rencor al final de la frase, con la mirada
fija al chico de negro. Éste trago saliva y susurró “perdón”.
—Van contra ellos dos —sentenció el niño, y luego apuntó a Roberto— tú
vas contra Negro, tú contra Blanco.
—Nos vas a pagar si ganamos, ¿verdad? —Roberto sacó su consola
emocionado. El niño lo vio con desprecio y rió negando con la cabeza.
—Bueno, pues nada te cuesta contestar, ¿no? —le espetó Pedro.
—¿Cómo te llamas? —fue la respuesta del niño.
—Peter. Bueno, así me dicen, obvio soy Pedro —y le extendió la mano.
—No quiero saber cómo te pusieron tus papás, sino cómo te llamas —el otro
ni siquiera miró la mano de Pedro—. En el juego, pues.
—Ah. Petunco. El “Pet” viene de Peter, y es que mis amigos allá en…
—Hasta ahí, no te pregunté más —demasiado despótico para ser un niño tan
pequeño—. ¿Y tú?
—Beto.
—¿En el juego? Qué original —dijo el de amarillo con un paquete de
chicles en las manos. Acto seguido, mascaba algo blanco e instaba a sus
compañeros a jugar—. Sí, son cien al que gane. Y más les vale a ustedes dos que
no me vaya con doscientos pesos menos.
—¿Batalla triple? ¿Qué tal? —Negro y Blanco asintieron al mismo tiempo. Y
cada uno empezó la batalla por su lado.
Pedro vio aparecer en la pantalla ambos equipos, y eligió a Ninjask,
Tiranytar y Serperior para iniciar. Del otro lado de la barra de vida
aparecieron Darkbat, Darkna y Darkolipede, los swoobat, musharna y scolipede
de Negro.
El primero en caer fue Darkbat,
que poco tuvo que hacer contra las rocas oscuras de Tiranytar. Darkolipede emparejó las cosas
terminando con Serperior, y como remplazo Petunco envió a Parasect y Negro a Darkosta, su carracosta.
Ninjask se debilitó a Darkna,
pero no lo suficiente, y cayó antes que el rival. Tiranytar terminó el trabajo
y Parasect terminó, en dos
movimientos, con el Darkosta que había hecho caer a
Tiranytar.
Los equipos quedaron reducidos a Parasect, Electivire y Garchomp (que
fueron enviados después de la caída de sus amigos) contra Darkolipede, Darkmisage y Darkboar
(estos últimos un simisage y un emboar, respectivamente).
Petunco no podía usar el Earthquake
de Garchomp que hubiera terminado con Darkboar
porque también se hubiera llevado con él su Electivire. Darkmisage inicia, Sunny Day.
Electivire, Thunder, por el día
soleado, Darkolipede evita el ataque.
Éste contraataca, Toxic sobre
Garchomp. Garchomp usó Dragon Rush
contra Darkmisage, éste cae. Darkboar usa Fire Blast contra Parasect y terminan con dos cada entrenador.
Pedro miró a Roberto que se agitaba, se reía y saltaba, como siempre que
jugaba. Y como esas eran sus reacciones, ganara o perdiera, no se sabía cómo le
iba. Pensó en preguntar, pero no quería mermar su concentración. Iba ganando,
después de todo.
Electivire usó Fire punch
contra Darkolipede, y éste ya no
aguanta otro golpe. Darkboar usa Fire Blast contra Electivire… y éste
sigue en pie. La decisión es sencilla para Petunco. ¿Qué importa que también
caiga Electivire? A Negro no le queda más que uno.
El Earthquake de Garchomp es el
preludio a la celebración de Pedro.
—Gané cien pesos, gané cien pesos —canturreaba Pedro frente a un
derrotado Blanco. No le hacía nada de gracia al niño de sudadera Amarilla, que
tomó otro billete de cien y se lo ofreció al ganador sin siquiera dirigirle una
mirada.
—Déjame ver tu equipo.
—¿Cómo se dice? —Petunco trataba de ser amistoso.
—Déjame ver tu pinche equipo, por favor.
Definitivamente, aquel niño de amarillo era un muy mal perdedor. Pedro le
prestó la consola y el otro, con ver la consola, replicó.
—¿Usas Máx Stat?
—Sí. Los entreno yo. Si quieres te enseño —Pedro ya no estaba muy seguro
de sentirse contento al ganar contra un oponente tan rencoroso.
—No hay honor en los Máx Stat.
Es obvio que ganarán.
—No es obvio si pelean contra otros Máx
Stat.
—¿Y entonces dónde queda la estrategia?
—No te enojes conmigo porque ustedes traen malos pokémon.
A su alrededor, los otros hicieron expresiones de provocación. La frase
que para Pedro había sido tan inocente causó que la cara de Amarillo
enrojeciera.
—Sin Máx Stat no pasarías de mi
segundo pokémon.
—Pues a ver. Saca tu versión.
—No juego en Quinta —dijo Amarillo.
—Hasta no ver no creer —dijo Pedro. Estaba bien que podía ser amistoso,
pero el otro no daba muestras de querer seguirle el juego—. ¿Qué generación
juegas, entonces?
—Primera.
—Mmm… ¿esas qué? Creo que mi GBA
ya ni sirve.
Amarillo se plantó frente a él, tan pequeño como era, no sobrepasaba la
barbilla de Pedro. Sacó una tarjeta de la bolsa de su pantalón y se la dio a
Pedro.
—Vamos a jugar. Tu quinta contra mi primera. Hoy, a la media noche. Éste
es mi código. Anota el tuyo.
La tarjeta tenía un código de doce dígitos de un lado, bajo la rúbrica Amarillo. Del otro lado, una pokébola
inclinada y cortada por la mitad era el logotipo de Proyecto Líderes. No había nada más en ella.
—¡Maldición! ¡Maldita maldición! ¡No! —era difícil saber si Roberto hacía
un coraje verdadero o un berrinche de broma. Había perdido contra Negro.
No hubo felicitación, Amarillo miró a sus amigos y con un gesto de la cabeza
éstos se levantaron.
—¿Anotaste tu código? —Pedro le dio, en un pedazo de hoja de cuaderno,
otros doce dígitos—. A media noche. No se te olvide.
Camino de
regreso. Platicaron sobre las batallas. Compraron nieves con el dinero que
Pedro ganó y cada uno fue hacia su casa.
—¡Ahí me cuentas cómo te fue en la batalla de la noche! ¡Te conectas! —le
gritó su amigo y él asintió, pero una duda le asaltó en ese momento, y le
pareció extraño que no hubiera reparado antes en ella: ¿cómo iban a pelear primera
contra quinta generación?
Y aún otra más salió: ¿cómo se llamaba? La tarjeta decía solo Amarillo. ¿Qué era el Proyecto Líderes? ¿Otro de esos grupos
de jugadores de pokémon.
El regaño que le esperaba del otro lado de la puerta de su casa le
distrajeron de estas cuestiones.
Comida.
Juegos. Algo de tarea. Internet. Fotografías. Media noche.
Pedro insertó el código de amigo
bajo el nombre de Amarillo. No esperó
mucho cuando se vio a sí mismo agregado por alguien que ya lo esperaba. El
micrófono estaba abierto.
—¡Hola! —dijo Pedro acercando la cara a la ranura sobre la leyenda en
bajorrelieve Mic.
—¿Listo? —y reconoció la voz ofensiva de Amarillo.
—Sí. ¿Con qué versión vas a jugar?
—Ya te dije, Amarilla.
—No, ya en serio. ¿Pasaste tus pokés de la amarilla a algún otra?
—No se pueden pasar de primera a quinta, Petunco.
—Pensé que tenías algún adaptador.
—No me gustan los hacks.
Era imposible tratar de conversar con él. A todo contestaba como un niño
molesto porque no le hubieran comprado lo que quería.
—Eres bueno con las batallas triples, pero ¿cuánto a que no duras en las
individuales?
—Otros cien —dijo Pedro y aceptó la regla. Pensaba en su estrategia como
algo infalible, y claro, confiaba en la fuerza de su entrenamiento.
Pero cuando aparecieron los dos equipos, Petunco dudaba cada vez más.
Efectivamente, todos los pokémon de Amarillo eran de primera generación:
pikachu, venusaur, pidgeot, moltres, vaporeon, golem.
Lo más seguro es que hubiera buscado todos esos pokémon ya desde su
cartucho blanco o negro. Pero entonces Pukicha
salió de su pokébola. Y las bocinas estereofónicas a lado de la pantalla le
revelaron a Petunco el sonido “¡Pika!”, característico de los pikachu de la
versión amarilla.
—¿Es de evento? —le preguntó por el micrófono, emocionado.
—No. Es mi pokémon inicial —respondió seco Amarillo.
Imposible. Hacía cuatro generaciones que pikachu no era pokémon inicial.
Pensó que tal vez los ataques comprobarían que era algún pokémon de evento o
similar, pero no alcanzó a verlo en batalla.
A través del micrófono escuchó una canción de ska, y por lo que siguió a
él, supo que ése era el tono de llamada del celular de Amarillo.
—A ver, dame un segundo —dijo y luego lo escuchó lejano. Pedro tuvo que
pegarse la consola para escuchar—. Sí, ¿bueno? Más o menos, Rojo. ¿Qué pasó? —silencio—.
¿Cuándo? ¿Cómo? Pinche Oro, ¿se volvió loco, o qué? Sí, sí. No me jodas. ¿Qué
dijo Azul? Sí. Sí, a huevo. Pues vamos. Están aquí dormidos. Sí. En tres minutos,
vamos saliendo. Cámara.
Y apenas con decir "será en otra ocasión" se desconectó.