De la pluma de Mario Conde, y a mucha honra

¿Qué fregados es esto?

'Pokémonear': verb. 1) acción y efecto de hacer algo relacionado con o relativo a Pokémon; 2) acción y efecto de cumplir una adicción a "Pokémon" como si de un psicotrópico se tratase; 3) perder el tiempo en actividades relacionadas a Pokémon.
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martes, 28 de febrero de 2012

Proyecto P - Capítulo IV


Capítulo IV
Una reta es una reta



30 horas antes.

—¿Y si pierdo? Me los va querer cobrar a mí.

—¡No! Te digo que al que yo vi no le quitaron nada.

—En lugar de estarlos viendo te hubieras apurado, tenía un montón de sed.

—Pues me hubieras acompañado por las cocas.

—¿Y quién cuidaba los DS?

El timbre sonó en todo lo ancho del patio.

—Ah, maldición, ¿ya ves? Ni terminamos.

—Bueno, me desconecto yo, ¿pero entonces? Les dije que a la salida.

—Es que no puedo llegar tarde, a mi mamá no le da confianza.

—¡Pues por eso, los acabamos rápido! Ándale, ándale, ándale, di que sí, di que sí, ¡rápido! ya me tengo que ir.

—Órale.

—¡Nos vemos a la salida! —y Roberto se echó a correr hacia los salones de segundo grado. Pedro lo vio pasar a lado de la maestra de Física y se resignó a pasar las próximas dos horas oyéndola hablar del Sistema Internacional de Medidas.

Se apartó de la puerta en el momento en que entraban a empujones varios de sus compañeros, usando los suéteres cafés de cinturón o látigos; reían con la cara brillante y el cabello húmedo. Pedro adivinó que habían ganado la reta contra los del grupo C.

Él no jugaba con ellos y esto no le molestaba. Llevaba casi dos meses en el Distrito Federal y ya era conocido en todo el grupo por sus gustos extraños: manga, animé, juegos de cartas y, claro, pokémon. No encontraba mucha compatibilidad en salir a jugar fútbol con los demás, y ciertamente no le hacía gracia cuando corrían por todo el patio, suéteres en mano, cazando a algún desafortunado que, apenas se detenía, era víctima de un castigo general disfrazado de juego.

Pedro era, la mayoría de las veces, simplemente ignorado. Y era lo mejor. Se mudó con su familia desde Reynosa por asuntos del trabajo de su padre que, todo el tiempo les repetía (y en ello era muy puntual), no tomarían más de año y medio. Además, por todos aquellos con los que no había hecho buenas migas, hubo uno que le hizo plática desde el primer recreo que lo vio jugando en su consola.

Roberto era un año menor que él, y si Pedro se consideraba hiperactivo, el otro tenía una imaginación de vértigo. Al segundo día, ya se estaban retando para ver qué tenía que ofrecer un entrenador de Tamaulipas contra un capitalino, y su amistad quedó sellada desde el momento que vieron que ambos jugaban la versión Negro.

Avanzaba la clase y el aburrimiento de Pedro, lo que le ponía más ansioso de un duelo. Nada eliminaba la pequeña cosquilla de imaginarse regañado por llegar tarde a casa, pero una reta era una reta y un verdadero entrenador, pensaba para sí, no se podía negar a esas cosas. Mucho menos porque Roberto le había contado que eran dos retadores nuevos pero muy buenos, y por eso pagaban cien pesos al que pudiera vencer a uno de ellos.

Entonces repasó la estrategia en su cabeza. A veces sentía un atisbo de culpa, podía memorizar las estadísticas de su equipo, sabía entrenar pokémon como muy pocos, conocía las naturalezas más favorables, pero las cosas en el pizarrón simplemente se le pegaban poco a la cabeza. Carecían de interés para él.

Una reta era una reta.







Química, Historia, dos horas de Taller eléctrico. Salida.

La puerta de la secundaria se abarrotó de estudiantes alegres, suéteres a la cadera, fotografías de celular, empujones, refrescos semi vacíos, mensajes de texto, gritos, insultos, apodos.

Afuera, una avenida poco transitada de carriles estrechos con un límite de velocidad de 20 km. por ser zona escolar y un camellón con juegos tubulares, columpios y bancas eran el escenario para que los alumnos distendieran el hastío de las clases; no se hizo esperar el regocijo del viernes, y varios grupos platicaban alrededor de bocinas conectadas a celulares, comían frituras o aprovechaban la ausencia de coches para jugar con los balones que no les habían confiscado en la escuela.

Apenas cruzó el umbral hacia la calle, Pedro vio a Roberto que lo saludaba entre brincos a orillas del camellón. No alcanzó a estar cerca de él cuando el niño echó a correr hacia una banca a la sombra de un eucalipto, donde un pequeño grupo estaba reunido, brillando entre los demás por su calma y aparente inactividad. Todos tenían inclinada la cabeza. Pedro adivinó que miraban consolas.

El centro de la atención eran dos muchachos que habían remplazado el suéter y la camisa del uniforme por playeras de manga corta, uno de negro y el otro de blanco, los mismos colores de los paliacates que llevaban a la cabeza. Los dos muy serios, concentrados en el juego y sobretodo nerviosos. A cada momento secaban las manos en la rodilla del pantalón, y mientras los retadores o sus amigos soltaban algún comentario, una risa o una burla, el único amigo que ellos llevaban se limitaba a dar anotaciones del tipo “ya sabes qué hacer”, “acuérdate” o “no me digas que no se te ocurrió” con un tono demasiado rudo para lo pequeño que era.

Pedro intuyo que ese chico de sudadera amarilla debía ser de primer año.

—Fuera —dijo el niño apenas con una sonrisa, cuando el chico de blanco terminó el duelo—. Gracias por participar, amigo, pero hoy no te llevas el dinero.

—De no ser por ese güey ni hubieras ganado —dijo el derrotado con rencor, señalando al niño de amarillo.

—Y si le hubieras ganado, ni te hubiera importado que “éste güey” le hubiera dicho qué hacer, ¿no? Pues órale, ábrete. ¿Quién sigue?

—¡Nosotros! —gritó Roberto.

—¿Los dos? —después de una revisión rápida, el niño se volvió hacia el chico de negro—. ¿Ya mero?

Pero el otro se llevó una mano a la cabeza mientras su contrincante celebraba con los demás. Había perdido. Sin esperar más respuesta o explicación, el niño sacó un billete de cien de la sudadera y se lo alargó al retador.

—¿Me dejas ver tu equipo? —preguntó sin mayor intención. El otro cambió la consola por el dinero. Amarillo capturó una imagen del equipo con la cámara de su celular y devolvió el DSi a su dueño—. Gracias. Bien peleado.

Pero dejó salir una nota de rencor al final de la frase, con la mirada fija al chico de negro. Éste trago saliva y susurró “perdón”.

—Van contra ellos dos —sentenció el niño, y luego apuntó a Roberto— tú vas contra Negro, tú contra Blanco.

—Nos vas a pagar si ganamos, ¿verdad? —Roberto sacó su consola emocionado. El niño lo vio con desprecio y rió negando con la cabeza.

—Bueno, pues nada te cuesta contestar, ¿no? —le espetó Pedro.

—¿Cómo te llamas? —fue la respuesta del niño.

—Peter. Bueno, así me dicen, obvio soy Pedro —y le extendió la mano.

—No quiero saber cómo te pusieron tus papás, sino cómo te llamas —el otro ni siquiera miró la mano de Pedro—. En el juego, pues.

—Ah. Petunco. El “Pet” viene de Peter, y es que mis amigos allá en…

—Hasta ahí, no te pregunté más —demasiado despótico para ser un niño tan pequeño—. ¿Y tú?

—Beto.

—¿En el juego? Qué original —dijo el de amarillo con un paquete de chicles en las manos. Acto seguido, mascaba algo blanco e instaba a sus compañeros a jugar—. Sí, son cien al que gane. Y más les vale a ustedes dos que no me vaya con doscientos pesos menos.

—¿Batalla triple? ¿Qué tal? —Negro y Blanco asintieron al mismo tiempo. Y cada uno empezó la batalla por su lado.

Pedro vio aparecer en la pantalla ambos equipos, y eligió a Ninjask, Tiranytar y Serperior para iniciar. Del otro lado de la barra de vida aparecieron Darkbat, Darkna y Darkolipede, los swoobat, musharna y scolipede de Negro.

El primero en caer fue Darkbat, que poco tuvo que hacer contra las rocas oscuras de Tiranytar. Darkolipede emparejó las cosas terminando con Serperior, y como remplazo Petunco envió a Parasect y Negro a Darkosta, su carracosta.

Ninjask se debilitó a Darkna, pero no lo suficiente, y cayó antes que el rival. Tiranytar terminó el trabajo y Parasect terminó, en dos movimientos, con el Darkosta que había hecho caer a Tiranytar.

Los equipos quedaron reducidos a Parasect, Electivire y Garchomp (que fueron enviados después de la caída de sus amigos) contra Darkolipede, Darkmisage y Darkboar (estos últimos un simisage y un emboar, respectivamente).

Petunco no podía usar el Earthquake de Garchomp que hubiera terminado con Darkboar porque también se hubiera llevado con él su Electivire. Darkmisage inicia, Sunny Day. Electivire, Thunder, por el día soleado, Darkolipede evita el ataque. Éste contraataca, Toxic sobre Garchomp. Garchomp usó Dragon Rush contra Darkmisage, éste cae. Darkboar usa Fire Blast contra Parasect y terminan con dos cada entrenador.

Pedro miró a Roberto que se agitaba, se reía y saltaba, como siempre que jugaba. Y como esas eran sus reacciones, ganara o perdiera, no se sabía cómo le iba. Pensó en preguntar, pero no quería mermar su concentración. Iba ganando, después de todo.

Electivire usó Fire punch contra Darkolipede, y éste ya no aguanta otro golpe. Darkboar usa Fire Blast contra Electivire… y éste sigue en pie. La decisión es sencilla para Petunco. ¿Qué importa que también caiga Electivire? A Negro no le queda más que uno.

El Earthquake de Garchomp es el preludio a la celebración de Pedro.

—Gané cien pesos, gané cien pesos —canturreaba Pedro frente a un derrotado Blanco. No le hacía nada de gracia al niño de sudadera Amarilla, que tomó otro billete de cien y se lo ofreció al ganador sin siquiera dirigirle una mirada.

—Déjame ver tu equipo.

—¿Cómo se dice? —Petunco trataba de ser amistoso.

—Déjame ver tu pinche equipo, por favor.

Definitivamente, aquel niño de amarillo era un muy mal perdedor. Pedro le prestó la consola y el otro, con ver la consola, replicó.

—¿Usas Máx Stat?

—Sí. Los entreno yo. Si quieres te enseño —Pedro ya no estaba muy seguro de sentirse contento al ganar contra un oponente tan rencoroso.

—No hay honor en los Máx Stat. Es obvio que ganarán.

—No es obvio si pelean contra otros Máx Stat.

—¿Y entonces dónde queda la estrategia?

—No te enojes conmigo porque ustedes traen malos pokémon.

A su alrededor, los otros hicieron expresiones de provocación. La frase que para Pedro había sido tan inocente causó que la cara de Amarillo enrojeciera.

—Sin Máx Stat no pasarías de mi segundo pokémon.

—Pues a ver. Saca tu versión.

—No juego en Quinta —dijo Amarillo.

—Hasta no ver no creer —dijo Pedro. Estaba bien que podía ser amistoso, pero el otro no daba muestras de querer seguirle el juego—. ¿Qué generación juegas, entonces?

—Primera.

—Mmm… ¿esas qué? Creo que mi GBA ya ni sirve.

Amarillo se plantó frente a él, tan pequeño como era, no sobrepasaba la barbilla de Pedro. Sacó una tarjeta de la bolsa de su pantalón y se la dio a Pedro.

—Vamos a jugar. Tu quinta contra mi primera. Hoy, a la media noche. Éste es mi código. Anota el tuyo.

La tarjeta tenía un código de doce dígitos de un lado, bajo la rúbrica Amarillo. Del otro lado, una pokébola inclinada y cortada por la mitad era el logotipo de Proyecto Líderes. No había nada más en ella.

—¡Maldición! ¡Maldita maldición! ¡No! —era difícil saber si Roberto hacía un coraje verdadero o un berrinche de broma. Había perdido contra Negro.

No hubo felicitación, Amarillo miró a sus amigos y con un gesto de la cabeza éstos se levantaron.

—¿Anotaste tu código? —Pedro le dio, en un pedazo de hoja de cuaderno, otros doce dígitos—. A media noche. No se te olvide.



Camino de regreso. Platicaron sobre las batallas. Compraron nieves con el dinero que Pedro ganó y cada uno fue hacia su casa.

—¡Ahí me cuentas cómo te fue en la batalla de la noche! ¡Te conectas! —le gritó su amigo y él asintió, pero una duda le asaltó en ese momento, y le pareció extraño que no hubiera reparado antes en ella: ¿cómo iban a pelear primera contra quinta generación?

Y aún otra más salió: ¿cómo se llamaba? La tarjeta decía solo Amarillo. ¿Qué era el Proyecto Líderes? ¿Otro de esos grupos de jugadores de pokémon.

El regaño que le esperaba del otro lado de la puerta de su casa le distrajeron de estas cuestiones.




Comida. Juegos. Algo de tarea. Internet. Fotografías. Media noche.

                Pedro insertó el código de amigo bajo el nombre de Amarillo. No esperó mucho cuando se vio a sí mismo agregado por alguien que ya lo esperaba. El micrófono estaba abierto.

—¡Hola! —dijo Pedro acercando la cara a la ranura sobre la leyenda en bajorrelieve Mic.

—¿Listo? —y reconoció la voz ofensiva de Amarillo.

—Sí. ¿Con qué versión vas a jugar?

—Ya te dije, Amarilla.

—No, ya en serio. ¿Pasaste tus pokés de la amarilla a algún otra?

—No se pueden pasar de primera a quinta, Petunco.

—Pensé que tenías algún adaptador.

—No me gustan los hacks.

Era imposible tratar de conversar con él. A todo contestaba como un niño molesto porque no le hubieran comprado lo que quería.

—Eres bueno con las batallas triples, pero ¿cuánto a que no duras en las individuales?

—Otros cien —dijo Pedro y aceptó la regla. Pensaba en su estrategia como algo infalible, y claro, confiaba en la fuerza de su entrenamiento.

Pero cuando aparecieron los dos equipos, Petunco dudaba cada vez más. Efectivamente, todos los pokémon de Amarillo eran de primera generación: pikachu, venusaur, pidgeot, moltres, vaporeon, golem.

Lo más seguro es que hubiera buscado todos esos pokémon ya desde su cartucho blanco o negro. Pero entonces Pukicha salió de su pokébola. Y las bocinas estereofónicas a lado de la pantalla le revelaron a Petunco el sonido “¡Pika!”, característico de los pikachu de la versión amarilla.

­—¿Es de evento? —le preguntó por el micrófono, emocionado.

—No. Es mi pokémon inicial —respondió seco Amarillo.

Imposible. Hacía cuatro generaciones que pikachu no era pokémon inicial. Pensó que tal vez los ataques comprobarían que era algún pokémon de evento o similar, pero no alcanzó a verlo en batalla.

A través del micrófono escuchó una canción de ska, y por lo que siguió a él, supo que ése era el tono de llamada del celular de Amarillo.

—A ver, dame un segundo —dijo y luego lo escuchó lejano. Pedro tuvo que pegarse la consola para escuchar—. Sí, ¿bueno? Más o menos, Rojo. ¿Qué pasó? —silencio—. ¿Cuándo? ¿Cómo? Pinche Oro, ¿se volvió loco, o qué? Sí, sí. No me jodas. ¿Qué dijo Azul? Sí. Sí, a huevo. Pues vamos. Están aquí dormidos. Sí. En tres minutos, vamos saliendo. Cámara.

Y apenas con decir "será en otra ocasión" se desconectó.




6 comentarios:

  1. Osea, Yellow contra Black?? en que universo viven estos tipo que yo tambien quiero hacer lo mismo?? Buen capitulo, de presentacion de personajes por ser de los primeros y como simpre dejandonos una incognita al final. Por que las buenas historias siempre tardan tanto??

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  2. a dónde va a llegar señor Conde?, me emociona pensarlo,
    que escritor tan ambicioso es usted.

    saludotes, excelente capítulo.

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  3. Muy buen capitulo me fasciono eso de yellow vs black que reglas se respetaran

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  4. Indudablemente la trama se extiende cada vez más y deja incógnitas que seguramente se irán entrelazando con el correr de los capítulos... Me emociona el conocer "El proyecto lideres" y también la forma de conexión entre cartuchos de diferente generación...

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  5. :DDDDDDD salgo yo xD
    muy muy muy buen capitulo. veo que en este capitulo se entrelaza con el 1ro.
    Sigue asi wey no te detengas, si que valio la pena estar en la convocatoria. Gane mi primer combate ^^, pobre de roberto u.u y que poco ingenio tiene para los nombres gammers xD hubiera estado mejor Ponkinet :)
    Ya estoy esperando para el proximo capitulo
    y que pedo con eso de yellow vs black? algun tipo de dispositivo o que? bueno creo que poco a poco se revelara todo
    Espero ser como Red ^^

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  6. what the-.... pero-... vaya! Me desconcierta, pensaba que aquella escena con red era ya cuando las criaturas eran físicas. Bueno, eso pasa por leerme el ultimo capitulo de primeras. Esto pinta bastante bien, hasta retorcido, diría yo.

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