De la pluma de Mario Conde, y a mucha honra

¿Qué fregados es esto?

'Pokémonear': verb. 1) acción y efecto de hacer algo relacionado con o relativo a Pokémon; 2) acción y efecto de cumplir una adicción a "Pokémon" como si de un psicotrópico se tratase; 3) perder el tiempo en actividades relacionadas a Pokémon.
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miércoles, 8 de febrero de 2012

Proyecto P - Capítulo II

Capítulo II
El Gen



Víctor se despertó con el brillo común de cualquier sábado por la mañana. Miró las cortinas aclaradas por el sol mientras sus ojos se acostumbraban a estar abiertos. Bostezó y con la diestra entorpecida por el sueño buscó algo cerca de su cabeza. No estaba.

Aprovechó para estirarse mientras se giraba y luego buscó entre la cabecera y el colchón, donde el peluche de charmander tenía la costumbre de meterse durante el sueño de Víctor.

—¿Mala noche? —le preguntó al muñeco anaranjado, lo apoyó sobre su pecho y lo miró un rato. Se preguntaba, como muchas otras mañanas, si no sería hora de meterlo en el clóset, junto con otros recuerdos de su infancia, o en una repisa, donde lo haría pasar por un artículo de colección. Ni pensar en las veces que en su casa insistían que lo regalara.

Ese peluche era parte de un placer culposo. Y es que Víctor ya no era ningún niño, como tanto le recordaban sus amigos, pero tampoco le parecía coherente que un gusto que persistía por años le restara madurez. Tenía un trabajo (freelance redactando artículos para diversos periódicos y revistas), novia, sobrinos; en fin, responsabilidades.

Pero no podía evitar que los comentarios influyeran un poco en su ánimo. A veces él mismo se sentía demasiado infantil. Sobre todo después de noches como ésa, en que soñaba que gritaba órdenes de ataque a un pokémon que no podía ver, pero sabía que estaba ahí, real.

Se levantó de golpe y prendió su lap top. Ya más despierto, había recordado que esperaba ése sábado con ansia desde la semana anterior.

Diez treinta. Se había levantado temprano. Iniciar sesión. Google Chrome. Facebook. Chat. El “Rubio” estaba conectado.

—Buenos días. ¿Sí se va a armar hoy? —le preguntó.

—Depende de ti. Si te preparaste, sí —contestó el Rubio tras unos segundos.

—Pasé toda la semana completando el equipo.

—Cámara. Entonces te veo a las siete en Metrobús Colima. Voy de salida. Nos vemos.

Aunque entre sus amigos no era el mejor o el más antiguo, el Rubio había simpatizado con él desde la primera vez que hablaron, seis meses atrás, mientras esperaban su cheque en las oficinas de redacción de una revista. El Rubio escribía reseñas de libros y Víctor artículos sobre partidos políticos. No fue difícil que congeniaran, apenas se sentó, el Rubio sacó del pantalón una consola Game Boy Advance SP color cereza y jugó con el volumen alto. Víctor reconoció de inmediato la música de batalla.

Como coincidían pocas veces, el grueso de sus pláticas eran por Chat. Ahí el Rubio le había contado que los sábados los pasaba entre retas de entrenadores de la vieja escuela, mirando peleas entre versiones que no conocían la conexión a Internet.

—Prepara un equipo de primera a tercera generación y te llevo —le había dicho el Rubio después de que Víctor le insistió que quería saber dónde jugaba. Así que desempolvó su versión dorada y puso a cargar sus consolas.

El tostar del huevo y la salchicha en el sartén le avisaron que el desayuno estaba siendo preparado. Se cambió y salió con hambre del cuarto, no sin antes acomodar al charmander sobre la almohada.



De camisa azul marino y pantalón de mezclilla, a las siete en punto Víctor miraba el tránsito sobre Insurgentes. Repasaba todos los negocios a su alrededor y trataba de adivinar a dónde lo llevaría el Rubio. No vio algo similar a una plaza de la computación o un local de videojuegos y cartas de estrategia. “Ha de estar más escondido” pensó y un pequeño escalofrío le cruzó en la boca del estómago, pero lo reprimió de inmediato.

Del mismo modo, contuvo en impulso de tomar el Game Boy Advance que pidió prestado a su sobrino y revisar su equipo. ¿Qué pensarían de él los transeúntes? Recordó el sueño en el daba órdenes a un haxorus invisible y una voz dentro de él le insistió “ya madura”.

—¿Ya estás listo? —el Rubio lo sacó de sus cavilaciones. La camisa color vino, el chaleco rojo oscuro y el pantalón negro eran bastante llamativos como para distraer la atención del SP que en esos momentos cerraba—. Perdón la tardanza.

—No hay pedo —Víctor lo saludó—. ¿Qué, a dónde vamos?

El Rubio era serio por naturaleza, pero el silencio que guardó después de la pregunta de Víctor hacía pensar que no estaba muy seguro de lo que iban a hacer.

—Ven —dijo finalmente palmeándole el brazo—. Mira, tal vez haya algún problema, pero nada serio, tú no te alteres, ¿va?

—Ah. Yo no sabía…

—No, osea, nada malo. Es que ahí son medio especiales. Cualquier cosa que te digan tú no les respondas y diles que vienes conmigo, ¿va?

—Cámara.

Y Víctor rió por dentro. Mucho tiempo tenía jugando como para imaginarse la clase de personas que habría en el lugar, todos vestidos como caricaturas japonesas, con nombres que no eran los suyos y poniendo reglas absurdas para sentir que por unos momentos estaban arriba de alguien, aunque en su vida real no eran nadie. Eran esa clase de cosas las que hacían pensar a Víctor que tal vez sí era un inmaduro. ¿Y si él era como ellos?

Pero no era nada de lo que esperaba.

El Rubio caminó con el un par de calles sobre la Avenida, luego doblaron en una esquina y no muy dentro de la calle, se detuvieron frente a un Bar de esos que mezclan el ambiente de cantina clásica y el lounge. Un letrero de neón morado nombraba al lugar “El Gen” e iluminaba una hilera de motocicletas estacionadas frente a la entrada, que eran un par de escalones en descenso. “El Gen” estaba hundido en el nivel de la calle, y detrás de las letras dos medios círculos rojos, también de neón, hicieron a Víctor pensar en un par de ojos.

El Rubio bostezó.

—Necesito beber —dijo entre parpadeos.

—¿No dormiste? —le preguntó Víctor. De nuevo recordó su sueño.

—Noche larga, nada que un whisky no me calme. ¿Tú tomas algo?

—Va, una chela —dijo Víctor y los dos entraron.

“El Gen”, como podía esperarse, estaba a medio llenar, pero la noche de sábado era joven. Pequeño, de mesas compactas y sillas de estructura tubular, se iluminaba con lámparas que colgaban del techo y velas individuales que sostenían la carta. La música baja ambientaba el aire de intimidad, donde igual se podría tener una cita que una reunión de amigos. Víctor buscó una mesa donde los clientes tuvieran el tipo de jugador, pero no había ni una consola o carta sobre las mesas.

Se acercaron a la barra.

—Déjame pedir —le dijo el Rubio.

—Si quieres acá nos quedamos —dijo Víctor amable, pero resignado por dentro—, si no querías ir para allá, no hay pedo.

El Rubio le sonrió.

—Ahorita vas a ver.

—Qué pedo, Rub —el barman se paró malencarado del otro lado de la barra.

—Etiqueta roja con gas y una León.

El barman miró a Víctor con el ceño fruncido y habló en voz baja con el Rubio. Víctor se empezó a incomodar. Después de dos o tres preguntas, el barman se dirigió a él.

—¿Cómo te llamas?

—Eh, Víctor.

—No —el barman era muy impaciente—, ¿así te llamas?

—Legolas —intervino el Rubio—. Es Legolas.

—O Lego —dijo Víctor. Tal vez debía registrar su nombre de entrenador.

—Es tu responsabilidad, Rub —sentenció el barman—. Ahorita les mando su orden.

El Rubio agradeció y guió a Víctor hasta el fondo del lugar, donde cruzaron la puerta de “Sólo personal autorizado”.

Entraron a un pasillo pequeño, que a la izquierda daba a una bodega con artículos de limpieza, y más al fondo, a otra puerta de aluminio que tenía grabado en la misma tipografía del nombre del bar “Gar” y el bajorrelieve de una amplia sonrisa. Ahí sólo llegaba el rumor sordo de la música de fuera y las risas de la gente, todo mezclado y distante.

—Para cualquier cosa, te llamas Legolas o Lego, ¿va? Sígueles la corriente. Ya sé que muchas cosas pueden verse exageradas, pero estos se lo toman muy en serio. Más bien, es muy serio, entonces no vayas a sacarte de pedo, ni les armes bronca y otra vez, cualquier cosa, vienes conmigo.

—Cálmate —le dijo Víctor riendo—, he ido a un montón de convenciones. Sí sé lo intensitos que son los freaks.

—No. Todavía no sabes —le dijo el Rubio y fue a abrir la puerta de aluminio.

Les llegó el rumor de una guitarra tocando en vivo, el Rubio le hizo una seña y cuando entraron una batería acompañaba la melodía parsimoniosa y cadente que hacía recordar una película de espías.

En verdad, Víctor no se lo había imaginado.

En una sala más amplia que la principal, los focos colgantes estaban cubiertos con pantallas en forma de voltorb y las paredes estaban cubiertas de afiches de todas las versiones del juego; del lado izquierdo, una tarima sostenía al guitarrista de mezclilla satinada en plata que tocaba la guitarra en notas melancólicas y dolidas sin abrir los ojos, una baterista de ropa similar le hacía segunda, ambos con el cabello largo y oscurecido con un solo mechón argénteo. Detrás de ellos, una pintura al óleo representaba la última cena, pero Cristo y los apóstoles habían sido remplazados por Arceus y un manojo de pokémon legendarios.

No había mesa desocupada. Decenas de personas se amontonaban alrededor de diferentes mesas entre gritos y maldiciones que llenaban el lugar envuelto en una cortina de humo de cigarro. Los meseros recordaron a Víctor el uniforme del trío elemental del gimnasio de Striaton City y repartían bebidas y botanas entre los grupos  atentos a duelos de cartas de estrategia, otros más jugaban con sus consolas DS en minijuegos inalámbricos y otros más conectaban sus Game Boy Advance con cables cada vez más extraños de ver.

Las mesas de las orillas tenían la vista más privilegiada, consolas de cubo y 64 conectadas a pantallas planas que semejaban la única vista que parecía de ventana en ese lugar que sólo tenía ventilas para que los comensales no se ahogaran entre su propio tabaco.

Los freaks enfermizos e inmaduros no tenían lugar ahí. En su lugar había jugadores que apostaban desde una cubeta hasta dos billetes en un duelo. Los que sólo veían armaban su quiniela y celebraban los triunfos de sus campeones, o maldecían sus derrotas.

—Como verás, está lleno —le dijo el Rubio subiendo la voz por la música—, por eso no podemos invitar a cualquiera.

—¡Rubí! —gritaron desde una mesa al fondo, una mujer bajita con el cabello pintado de azul lo saludaba con emoción, y al lado de ella, un tipo gordo, calvo y barbón levantaba una carta—. ¡Me debes la revancha! ¿Qué traes?

—Fuego y metal, como siempre —dijo el Rubio sacando una baraja de su chaleco.

—¡Pues muévelas, porque ya vas perdiendo! —dijo el gordo y todos en la mesa rieron. Un mesero llegó con las bebidas de Víctor y el Rubio.

—Voy a atender este asunto —le dijo el Rubio—, si quieres date una vuelta, a ver si armas reta. Sirve que ya tenemos lugar.

Rubio fue a reunirse con el grupo y Víctor, o más bien, Lego, paseó su cerveza frente a las pantallas donde retadores de primera a tercera generación peleaban en tres contra tres. Hacía años que Lego no veía batallas como esas, el tiempo y los gastos que conlleva crecer le hicieron vender sus primeras versiones y había dedicado tiempo a la quinta generación, y la nostalgia lo hizo sentirse realmente a gusto entre otros que compartían sus manías, no sólo jóvenes, sino de su misma edad e incluso, alguno que otro mayor.

El grupo más cercano rompió en gritos de admiración. Dos jugadores enfrentaban sus versiones de tercera generación.

—Oficialmente, mi estimado compañero, podrá usted chingar a su madre —dijo el más joven de los dos entre las risas de todos, y a su oponente no le hacía la más mínima gracia.

El shiftry del equipo ganador se mantenía completo frente a un alakazam sin esperanzas. Aún alargó la derrota algunos turnos más entre Calm mind y Double team y la paciencia del entrenador del alakazam se ponía en juego.

—¡Órale, ya, cabrón, toma tu dinero y ya! —gritó el otro entrenador.

—Oh, chinga, ‘tamos chupando tranquilos, ¿no? —y el shiftry remató con Shadow Ball—. ¡Tómala, putón! ¿Quién dijo que no? ¿Quién dijo que no?

Y el entrenador se levantó bailando mientras cobraba el dinero de los perdedores. A Lego le causó gracia y simpatía.

—¿Tú qué, juegas? —le preguntó el otro guardándose el dinero.

—No traigo de tercera —dijo Lego, un poco tímido.

—No hay pedo, hay pa’ todos, hay pa’ todos —dijo y los de alrededor rieron y pidieron otra cubeta al mesero—. ¿Qué traes, cuarta, quinta?

—Sí. Y segunda.

—Ah, no mames, ¿a ver? —el entrenador se acercó a él y miró con alegría la versión dorada de Lego—. A huevo. La mía se la di a mi carnal, pero creo que ya ni la usa, ¿qué días vienes?

—No sé. A lo mejor el otro sábado.

—¿No sabes? Ah, cabrón, pues si eres nuevo, ¿verdad? ¡Hey! —le gritó al mesero—. ¡Una chela de novato!

Los que iban con él rieron.

—No gracias, no tomo mucho —dijo Lego un tanto cohibido.

—Es en buen plan —le dijo el otro—. Sirve que te integras, mira, yo soy Chimalltlin.

—Qué tal, Lego.

—¿Lego? ¿Como los cubos?

—No, de Legolas —dijo, hace años no oía ese mal chiste.

—Ah, ya. Pues dime Chima, porque la mayoría de estos ignaros no saben cómo decirlo completo.

—Oye —gritó otra voz cuando la música se detuvo, todos en el lugar voltearon a la baterista de la banda­—, ¿tú eres nuevo?

Lego no supo contestar de inmediato, el silencio repentino le hizo sentirse culpable y se volvió hacia la mesa del Rubio. Éste se levantó con calma.

—Viene conmigo, Alma.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó la chica.

—Víc… Lego. Eh, Legolas.

Ella se volteó hacia el guitarrista, que se había sentado en la tarima, puliendo su guitarra.

—¿Traes de segunda?

—Alma, pedí permiso —dijo el Rubio.

—No hay problema, Rubí —dijo la chica, aunque su seriedad y tono apático parecían indicar lo contrario—. ¿Qué versión traes?

Lego miró al Rubio y éste asintió.

—Dorada —dijo Lego.

La chica sonrió con la comisura del labio y miró a su compañero. El guitarrista, un tipo pálido y con los ojos pintados de negro movió el piercing de su labio en un gesto de confianza.

—Bueno. El nuevo se va a estrenar —dijo la chica y todos empezaron a aplaudir—. Vas contra Plata.

Y los aplausos se volvieron gestos de burla y tensión. Los que jugaban cartas se apresuraron a recoger sus barajas para evitar pérdidas, otros más dieron por interrumpidos los duelos. Lego se puso nervioso, era obvio que todos conocían al tal Plata.

—Yo soy segundo de Plata —dijo la chica—. ¿Quién es el tuyo?

—Yo, Alma —se levantó el Rubio.

—No, Rubí, tú no puedes. No me importa si es nuevo, reglas son reglas —dijo la chica sonriendo—. ¿Qué, nadie?

Lego no sabía qué contestar, no sabía ni lo que le estaban pidiendo, era nuevo y no conocía a nadie.

—Cámara, yo soy su segundo —dijo Chimalltlin a espaldas de Lego—. Yo le hago el paro.

Y las mesas se empezaron a mover mientras los meseros acomodaban un Nintendo 64 cerca de la tarima.

—¿Qué pasa? —preguntó Lego con sonrisa confusa hacia el Rubio.

—Sólo haz lo tuyo y cálmate —le gritó el Rubio al lado de la chica de cabello azul.

—Yo te guío, nuevo —le dijo Chimalltlin—. Tú sin pedos, si no le ganas no hay tos, no conozco a nadie que le haya ganado a alguien de la Liga en su primera vez.

—¿La Liga? —era demasiada información para Lego.

—No mames, eres bien virgen —le dijo Chimalltlin entre risas—. Al rato te cuento bien, ahorita a écharle ganas, ¿va? Rífate como el santo.

—Bueno —dijo Lego y un mesero le entregó un Transfer Pak en las manos.

—¿Cuánto varo traes? —le preguntó Chimalltlin.

—¿Dinero?

—Los de la Liga apuestan duro, cabrón.

6 comentarios:

  1. Ya dijera el monito Juez de Stats: "it has a outstandong potential overall". Chingón el segundo capítulo. "—Oficialmente, mi estimado compañero, podrá usted chingar a su madre" La mera ley.

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  2. :3 "Gen"..."Gar" <- coquetísimo
    y me han encantado tus manejos, críticas y subrayados sobre la cultura "friky", y la valoracion "punto y a parte" de lo que sí es calidad dentro de esa cultura.
    esto va muy bien señor.

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  3. no se ustedes pero yo quiero ver el vídeo de esa batalla xD

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  4. Impresionante el manejo del lenguaje dentro de la combinación entre un mundo netamente "gamer" y el mundo real. La historia es bastante envolvente y creo que a aún aquellos a los que no les gusta poke, pueden engancharse, porque salvo los tecnicismos propios del juego fuera de ello la historia tiene buen ritmo.
    Diría un profe de redacción que tuve en la Facultad, "la historia es medio bizarra con tintes de heavy metal", pero no le quita ningún merito y por el contrario tiene potencial...

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  5. Muy buen segundo capitulo , tiene un gran ritmo la historia se va poniendo muy interesnate felicidad y ya vimos a chimaltlin y a legolas :) yeah

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